De la chispa a la acción: una obra de arte tecnológico del CIAT

Me gusta pensar que todo proyecto atraviesa al menos cuatro etapas: la concepción, la creación, la implementación y el mantenimiento. Si lo llevamos a una analogía, la concepción es ese instante dulce en el que la chispa surge y enciende nuestras ideas en un auténtico ¡Eureka!; luego, la creación nos envuelve con entusiasmo y nos impulsa con la energía de ser generadores de algo nuevo. Más adelante llegamos al momento de la implementación, y es aquí donde comienza el verdadero reto: ¿cómo pasamos de esa concepción casi divina y de esa creatividad desbordante a un proyecto tangible y útil?
Es en este punto donde la verdad se revela y donde se separan las “grandes ideas” de los inventos que realmente marcan la diferencia, porque, como en toda obra de arte, es necesario distinguir entre la pureza de la concepción y la disciplina de la implementación.
Puede sonar muy poético dicho de esta forma, pero también podemos trasladarlo al terreno técnico. Uno de esos casos, y el que abordaremos en detalle en este blog, es la creación e implementación del nuevo producto del CIAT: el detector de anomalías en la factura electrónica.
Este proyecto, concebido como el complemento perfecto de la factura electrónica, no solo fue pensado para aportar valor, sino que también requirió un sólido proceso de implementación. Su diseño fue posible gracias al apoyo de los países miembros del CIAT, liderados por España, mientras que el desarrollo tecnológico estuvo a cargo de la ingeniería de Microsoft, en el marco del convenio que suscribimos para el Centro de Analítica Avanzada e Inteligencia Artificial.
Durante este proceso surgen varias preguntas clave: ¿quiénes son los actores que participan en la implementación?, ¿quiénes se benefician de que la herramienta sea efectiva?, ¿cómo se utiliza?, ¿qué ventajas ofrece tanto desde la perspectiva del planificador como desde la del ejecutor?
En este punto contamos con la experiencia de la Administración Tributaria de Costa Rica, quienes fueron pioneros en ejecutar esta implementación. Y de esa experiencia aprendimos algo fundamental: para que esta solución sea realmente útil, no basta con tener la plataforma funcionando en lo tecnológico; hay que comprenderla de manera integral, tanto en lo técnico como en lo funcional.
Esta implementación merece una mención especial, ya que resultados no tardaron en llegar. Algunos de los hallazgos hoy forman parte de investigaciones que están en la esfera jurídica.
Uno de los puntos de vista que no podemos dejar de lado es que la implementación no se limita a instalar un sistema tecnológico. Es también el acompañamiento a las administraciones tributarias en todo el proceso, contribuyendo no solo con el despliegue técnico, sino también en la comprensión profunda de lo que la herramienta es capaz de hacer.
Detectar una “anomalía” no se trata simplemente de generar un indicador en una pantalla: implica un proceso lógico y analítico en el que la información cobra sentido y permite a los equipos tributarios tomar decisiones estratégicas. En este sentido, el verdadero valor de la herramienta surge cuando los funcionarios entienden el porqué de cada señal, cómo interpretarla y de qué manera actuar en consecuencia.
Entonces, ¿qué podemos esperar de un detector de anomalías en la factura electrónica? La respuesta es amplia. Se trata de una herramienta capaz de identificar patrones sospechosos en volúmenes enormes de información, de enfocar auditorías en los casos con mayor riesgo y de optimizar recursos valiosos que muchas veces son escasos en las administraciones tributarias. Pero, más allá de eso, permite generar confianza: confianza de los equipos que ven resultados concretos en su trabajo, y confianza de los ciudadanos que perciben que el sistema tributario funciona con mayor equidad.
Para los planificadores, esta herramienta se convierte en una brújula que señala dónde están los riesgos, dónde conviene poner la atención y cómo priorizar las acciones. Para los ejecutores, es un compañero práctico que facilita el día a día, ofreciendo información clara que orienta las fiscalizaciones y multiplica la efectividad del esfuerzo.
Y aquí volvemos al punto de partida: todo proyecto empieza con una chispa, con una idea que enciende la imaginación. Pero su verdadero valor se mide en lo que logra transformar. El detector de anomalías del CIAT es un buen ejemplo de cómo esa chispa se convierte en una solución real, que acompaña a las administraciones, que aprende de sus experiencias y que se adapta a sus necesidades.
Otro aspecto importante es que este camino no lo recorren las administraciones tributarias solas. El CIAT puede acompañar en cada etapa de la implementación, porque no se trata solo de instalar un software, sino de un proceso mucho más profundo.
Acompañar significa escuchar, entender el contexto, guiar en la lectura de los datos y, sobre todo, traducir esas señales en acciones concretas. Esa es la diferencia entre una herramienta que “funciona” y una herramienta que transforma.
Costa Rica nos mostró el camino, y el reto ahora es que más países se animen a recorrerlo, se interesen en lo que la herramienta puede hacer, exploren sus alcances y descubran cómo ese “¡Eureka!” inicial puede transformarse en impacto tangible para la gestión tributaria.
Y como en todo proyecto, después de la chispa, la creación y la implementación, queda un último eslabón clave: el mantenimiento. Porque los proyectos no son lineales ni estáticos; evolucionan, se ajustan y se fortalecen con el tiempo. Hoy, esa tarea de administrar, actualizar y gestionar tanto el repositorio de datos como la propia herramienta recae en el CIAT, permitiendo que continúe apoyando su mejora continua.